CRÍTICAS
AL CONCEPTO DE INTERIORIDAD
Carlos Vinacour
¿Qué es la realidad? ¿Qué es la vida? ¿Qué
es el psiquismo?
Estamos limitados a formular metáforas frente a estas preguntas.
Metáforas que tiene el único objetivo de
calmar nuestra
ansiedad frente a aquello que aparece como
desconocido, misterioso e inasible.
Introducción.
Una de las propuestas teóricas más atrayente de la primera
época de la Psicoterapia Gestáltica, es aquella que abre el camino hacia un
replanteo al concepto de interioridad.
Cuestiones centrales como el contacto con el “Aquí y
Ahora”, la búsqueda buberiana del Yo-Tú, las críticas al racionalismo y su
consecuente exploración de la sensibilidad y la emocionalidad, son todos ellos,
planteos que están al servicio de esta idea fuerza que la Gestalt parece
instigar a que despleguemos.
¿Hay realmente una división tan tajante entre el adentro
y el afuera? ¿Es tan absoluta esta visión del mundo según la cual, “éste de aquí adentro soy yo”, con mis
pensamientos y mis sentimientos, y lo que está de la piel hacia fuera es el
otro y lo otro, diferentes y distantes? ¿Es esta vivencia, una verdad
incuestionable? La Psicoterapia Gestáltica parece responder a estas preguntas
con un no. Y propone como parte de la génesis de las neurosis, a esta
separación ilusoria, arbitraria y tajante, que en un sentido podríamos señalar
como una marca epocal.
El hombre es un producto de la
época y no solo consecuencia de la psicodinámia individual.
Estamos marcados por lo
biológico, por nuestra historia personal, por la dinámica de nuestros vínculos
familiares, por las interacciones con los individuos significativos que nos
rodean y nos han rodeado y también por la época; esta nos diseña, nos esculpe,
nos traspasa, nos señala que mirar y que no ver, que pensar y que sentir, que
palabras señalan a la cosas y que cosas pueden ser dichas e iluminadas y cuales
otras permanecen en las sombras o simplemente no existen.
A lo largo de la historia, el
hombre moldeó las épocas pero a su vez las épocas hicieron hombres,
desarrollando el grado más arraigado de
introyecciones y confluencias pocas veces evaluadas en el marco
psicoterapéutico.
Acontecemos en un campo de
fuerzas que interactúan en todas direcciones y si bien, somos parte de un todo
y todos los elementos del campo afectan a la totalidad, es ingenuo y pueril
suponer que las fuerzas de cada elemento tienen la misma valencia; la cultura
de la época nos diseña con más potencia que la historia individual.
Hacemos cultura y a su vez la
cultura nos moldea, pero las fuerzas que desde el hombre moldean cultura,
sociedad o época no son las mismas, en intensidad y poder, que las fuerzas que
desde la cultura, la sociedad y la época impactan al hombre. Un solo hombre no
hace cultura, pero una cultura hace hombre. Solo las fuerzas combinadas de
muchísimos hombres o la potencia de algún elegido, pueden en algunos momentos
de la historia, tener algún grado de impacto sobre la cultura de la época, mas
sin duda la sola existencia en la cultura, conforma de manera impactante en el
hombre.
Vivimos la forma de la época;
una época que exalta el modelo cartesiano de interioridad. Hemos logrado
convertir en verdad ontológica una proposición que solo es fruto de un planteo
teórico[1], que nos
sumerge en una arbitraria necesidad de tomar distancia de la naturaleza, y de
esa manera explotarla sin culpa, como si hombre y naturaleza fueran una dicotomía
insalvable.
A su vez, la época también nos distancia de nuestros
semejantes, encumbrando el tipo de vínculo que Martin Buber llamó Yo-Ello, como forma óptima de vinculación; manera
que solo favorece la dominación.
Erigimos épocas y hemos caído
en la trampa de instaurar una, que a su vez nos ubica en un confinamiento, el
de suponer que adentro y afuera, naturaleza y cultura, persona y sociedad,
biológico y psicológico, son campos diferentes y antagónicos.
La pregunta sobre la
interioridad es pasmosamente simple, sin embargo, ninguna escuela
psicoterapéutica, que yo sepa, hasta ese momento, la había formulado.
Freud jamás se lo planteó. No
ha sido para él un tema de duda. Su mente victoriana y decimonónica, se animó a
llegar a la idea revolucionaria y trasgresora del inconsciente, pero allí tuvo
su límite.
Perls y Goodman trascienden el
planteo freudiano, y como hijos de la contracultura, avanzan un paso más.
Hasta “Gestalt Therapy”,
nadie, en el ámbito psicológico había cuestionado el concepto de interioridad;
en verdad esa pregunta había pertenecido, y en buena medida sigue
perteneciendo, al campo de la filosofía o de la espiritualidad; y justamente
esa sospechosa postura con algo de sello místico, es el motivo por el cual, en
el terreno académico por un lado, el planteo ha producido escozor y
desconfianza, y por otro ha llevado a algunas corrientes de terapeutas
gestálticos a adherir a líneas de pensamiento decididamente espirituales,
perdiendo un fructífero lugar de discusión
en el ambiente de la psicopatología.
Pero el cuestionamiento al concepto de interioridad es
una obra demasiado ambiciosa para la época, y ni aún el mismo Perls logró
sostenerla. Así entiendo, en parte, su viraje hacia el modelo californiano, más
vistoso y digerible pero decididamente menos trasgresor, para una elite
cuestionadora de las formas, pero en el fondo decididamente puritana,
conservadora y defensora del “american
way of life”, ese modelo
pequeño-burgués tan criticado por Goodman.
Perls dice: “La experiencia se da en la frontera
entre el organismo y su entorno”[2]. Este planteo afirma que, la situación más
simple y concreta, objeto de la psicología, no es un hecho que pertenezca a las
profundidades de la psiquis; la experiencia (sensaciones, sentimientos y cogniciones) no se da
adentro, se da en un entre, en una frontera, en un
La frontera de contacto es una especie de órgano vivo y
pulsante que entra en el organismo, sale de él, penetra el entorno, y
trasciende de esta forma territorios que en principio tendemos a pensar como
contiguos pero separados. La frontera de contacto, “pertenece al entorno y al organismo”[4]
Avanzando más en el tema, Perls señala al sí mismo como
el órgano-proceso donde esa experiencia está siendo en cada instante; lo define
como “el sistema de contactos en un campo en cualquier momento”[5] y lo sitúa en la frontera del organismo.
En otras palabras, el sí mismo es el órgano-proceso de la
frontera de contacto donde la experiencia va siendo. Por ende, frontera de
contacto y sí mismo, son en un sentido, formas de mencionar lo mismo, distintas
maneras de nominar el espacio de la experiencia. Frontera y sí mismo son casi
sinónimos, no hay frontera sin sí mismo ni sí mismo sin frontera, ambos son
nominados como “órganos de relación”
Tal vez lo que Perls y Goodman no aclaran suficientemente
es, que esta forma de experiencia no es tanto la de la cotidianeidad del hombre
común, producto del cartesianismo, sino una búsqueda que intenta la
psicoterapia gestáltica, luego de la observación de lo que sucede con el niño y
el artista en su hecho artístico y en las personas corrientes frente a ciertas
situaciones que aparecen como fulgores: en el orgasmo de la unión sexual y en
esa situación extraordinaria que sucede en el encuentro existencial señalado
por M. Buber; y se ha dado también, mirando hacia épocas precartesianas, en
“los trabajos de los héroes y en la cultura de las épocas clásicas”[6], clara referencia al hombre de la Grecia
antigua.
Esta forma de la experiencia, como fenómeno de la
frontera de contacto, más que un señalamiento sobre lo que acontece, es una
búsqueda, una denuncia que señala lo que pudiendo darse en la cotidianeidad, se
da poco, porque las formas de la época requieren otra forma de contacto.
Al montar a caballo, si en vez de intentar el dominio, se
logra el ensamble, la unidad entre el que cabalga y el cabalgado, un encuentro
sensual donde incorporo la cabalgadura a mi ser y arribo a un galope afable y
natural, ¿dónde termina mi mismidad? ¿El límite de mi experiencia, realmente
termina en mi piel?
Esto lo vivenciamos en múltiples experiencias: al hacer
el amor (como ya fue dicho), al andar en bicicleta, al jugar un buen partido de
tenis (para los que practicamos con pasión este deporte)
M. Berman, citando a Gregory Bateson, lo explica con
claridad: “La mente consciente o el si-mismo es un arco dentro de un circuito
mayor”
“Bateson utiliza el ejemplo de un hombre que esta cortando
a hachazos un árbol, para demostrar el carácter de circuito que tiene la Mente.
De acuerdo con el paradigma cartesiano, solo el cerebro del hombre posee
conciencia: el árbol desde luego que está vivo, pero no es un sistema mental
(según este punto de vista) de ningún tipo, y el hacha misma no tiene vida. La
interacción es casual y lineal: el hombre toma el hacha y opera sobre el tronco
del árbol”
“En otro ejemplo batesoniano, aquel de un hombre ciego
que va buscando su camino a tientas con la ayuda de un bastón, no hay forma de
decir donde comienza y donde termina su sí mismo ¿Acaso el bastón no es parte
de su sí mismo?” [7]
Y prosigue: “El mismo argumento puede aplicarse al hombre
con el hacha” “Cada golpe de hacha es modificado según la forma del corte que
dejó el corte anterior. “Aquí adentro” no hay un “si mismo” que está cortando
un árbol “allá afuera”; más bien se está produciendo una relación, un circuito
sistémico, una Mente. Toda la situación está viva, no tan solo el hombre”
“La mente podría, ciertamente, estar constituida por los
lóbulos frontales del hombre, pero el asunto relevante aquí es que la Mente, en
este caso es árbol-ojos-cerebro-músculos-hacha-golpe-árbol. Más
precisamente, lo que está fluyendo por el circuito es información:
diferencias en el árbol/ diferencias en la retina/ diferencias en el movimiento
del hacha/ diferencias en el árbol y así sucesivamente. Este circuito de
información es la Mente, la unida auto-correctiva, ahora vista como una red de
vías que no están ligadas por una conciencia que tiene objetivos, o por la
piel, si no que se extiende para incluir las vías de todo el pensamiento
inconsciente y todas las vías externas por la cual puede viajar información”
“Es claro entonces que hay grandes zonas de la red de
pensamiento que están fuera del cuerpo, y la afirmación de que la Mente es
inmanente al cuerpo, ahora puede ser vista como el primer peldaño de esta
discusión” [8].
Podemos concluir, entonces, con que hay, por lo tanto dos
maneras de, por ejemplo, cortar el árbol, una racional-causalista y otra
mimético-sensual, por la cual tomo contacto íntimo con el hacha y con el árbol,
o con la montura y el caballo del ejemplo anterior, o con la raqueta y la
pelota de tenis, o con mi amada en la cama; si los integro, los vivencio, los
convierto en Tú, entonces el sí mismo se expande en el entre y la interioridad
deja de ser tal.
Es en la frontera de contacto, donde se da el “entre”
buberiano, la “Mente” batesioniana y como ya veremos, la función-sí
mismo-relacional, uno de los modos que adopta el sí mismo.
Perls dice: “...las diferentes formas de síntomas individuales son reacciones a los
errores sociales rígidos”[9] y en la misma
página afirma: “...si tuviéramos instituciones razonables ya no habría
neuróticos.”[10] Estas
afirmaciones, tomadas en su contexto, no pretenden negar que individuo y
entorno son elementos de un todo único; tampoco pretenden ir contra la idea de
interacción en la compleja red de factores múltiples e influencias en el campo.
Lo que buscan, es llamar la atención y resaltar la idea de que el campo de la
psicología no puede resumirse a los traumas infantiles o las secuencias
fallidas de comunicación interpersonal. Los problemas surgen cuando en el campo
organismo-ambiente el polo de lo social (que forma parte del ambiente) se
introyecta y desorganiza el sistema interno.
No se trata entonces, de negar
la interioridad, se trata volver a la vivencia donde interioridad y
exterioridad no son compartimientos estancos, aislados y antagónicos sino un
continuo dentro del campo organismo-ambiente.
Es necesario remarcar que la
denuncia sobre lo introyectado pasa por el polo social, que la cuestión
va más allá de lo familiar y de los problemas privados de las personas, abarca
lo social y en verdad tensionando un poco la problemática deberíamos decir con
más precisión: abarca el polo de lo cultural, la mirada racional-causalista, el
modelo cartesiano en el que estamos inmersos
Por este motivo para la
Gestalt, la psicoterapia consiste en desarticular las tensiones y exigencias
externas, para que no engendren alteraciones en la autorregulación organísmica,
a la vez que tomar conciencia de que la época nos atraviesa y en este
atravesarnos nos limita. No podemos salir de ella y dar un paso hacia afuera,
ya que se instala psicosis; pero permanecer en su centro, sin conciencia de lo
que supone, instala malestar, el malestar de la época, lo que podríamos
denominar el malestar existencial.
Por lo tanto hacer Gestalt
supone trascender el ámbito de la psicoterapia y pensar el estado de cosas del
hombre y el mundo, es pensar el modo en que las cosas están siendo.
No se trata entonces, de
intentar salir del atrapamiento epocal, sino de compensar las formas de la
época con otras formas del hombre que han sido y que por momentos ahora son. Se
trata de integrar dos polos que aparecen en oposición, el racional-causalista y
el mimético-sensual.
Siguiendo la tradición existencialista, prefiero
apartarme de la idea de diferenciar subestructuras del aparato psíquico, más
allá de la noción de conciente-incociente. El psiquismo es uno, aparece
revelado por la experiencia, y es aquel que puedo identificar al señalarme a mí
mismo: este soy yo, mi mismidad: el si mismo.
Hay inconsciente, la estructura de la experiencia no está
capacitada para abarcarlo todo, aquello a lo que no accede, pertenece al ancho
mundo del inconsciente.
Hay pues, solo dos instancias operativas del psiquismo:
a) el sí mismo, “el sistema de contactos en un campo en cualquier momento”
y b) el inconsciente, “aquello que está más allá de la experiencia
presente”.
Si nos permitimos, entonces, trabajar con estos dos
conceptos, podemos adentrarnos a profundizar las maneras que adopta el sí
mismo.
Puedo identificar así dos formas del sí mismo que
coexisten en simultaneidad en cada individuo: una, mimético-sensual, que se
inclina hacia la plasticidad, adoptando las formas de la función de contacto y otra
racional-causalista, que tiende a desarrollar cristalización y por ende a
volverse estructura.
Estas dos formas del sí mismo representan, en su máxima
expresión, los estadios observables en el niño por un lado y en el adulto de la
época, por otro. También representan etapas diferentes en la evolución
filogenética del ser humano.
El sí mismo del hombre premoderno (al igual que el del
niño) parece haber funcionado, a la manera de una estructura de gran
plasticidad, un proceso de contacto con el mundo, apoyado más en la intuición y
la sensualidad, que en el raciocinio, por lo que la experiencia de contacto
representaba un acto, tal vez, con conductas menos predecibles, pero en un
sentido, de características mucho más creativas que especulativas. Fue seguramente
esa plasticidad la que permitió la adaptación al medio y la evolución que a
largo de los milenios la especie ha tenido.
El hombre moderno, por el contrario, ha ido desarrollando
y apoyándose en los procesos racionales que permiten una planificación más
marcada. Esto favoreció el surgimiento de la vida en el productivismo y de una
mayor organización social; sin embargo, siguiendo a Merleau-Ponty, a su vez, lo
ha llevado al desarrollo de un tipo de percepción conectada centralmente con
las ideas abstractas de las cosas, antes que con las cosas del mundo.
Esta es la gran diferencia con el hombre premoderno que
por sus características menos racionales, más intuitivas y de fuerte
sensualidad vivía en una dimensión en la que
naturaleza y conciencia, mantenían un fuerte nivel de comunicación, así,
las cosas eran una prolongación del cuerpo y el cuerpo una prolongación del
mundo; lo que permitió el surgimiento de una mente más volcada a los fenómenos
espirituales antes que al marcado materialismo del hombre moderno.
Estas dos formas del sí mismo, tan bien diferenciadas por
Bateson, en el ejemplo anterior, con
sus características racional-causalista una y mimético-sensual la otra, parecen
hoy convivir y van siendo en diferentes espacios, situaciones y momentos.
Mimético-sensual significa aquí, a) la fuerte intuición
de que ambiente e individuo son una unidad, y b) que la sensualidad prevalece
por sobre la racionalidad y la sensorialidad, entendiendo por sensual la
resignificación del sentido que trasforma en un ajuste creativo al objeto y
al sujeto, y no solo el simple
estímulo-respuesta de la sensorialidad.
No planteo que una forma sea mejor que la otra, busco
señalar solamente las disfunciones que suceden cuando una prevalece y toma el
mando. Si ambas formas cohabitan y se complementan logramos ampliar la
estructura de la experiencia y estamos en mejores condiciones, por ejemplo,
para la toma de decisiones. Es evidente que en el hombre de esta época la forma
mimético-sensual ha perdido fuerza y espacio.
A estas dos formas del sí mismo las llamaremos si
mismo relacional (mimético-sensual) y si mismo independiente
(racional-causalista) para resaltar las características de contacto sensual con
el mundo de una y de observación y distancia de la otra.
Quiero también remarcar el carácter de proceso y por ende
de “función” plástica del sí mismo relacional por sobre la tendencia a la
estructuración del sí mismo independiente.
Las cristalizaciones, maneras rígidas, más o menos
estables y predecibles de responder a las situaciones, las cogniciones
inflexibles, la emocionalidad poco variable, las respuestas esperables, ese
aspecto del psiquismo que responde al “yo soy”, a la identificación con
estructuras y “maneras de ser”, en resumen, el recorte psíquico que llamamos personalidad,
debemos encuadrarlo dentro del si mismo independiente y epocal y debemos
diferenciarlo de los aspectos creativos, plásticos e intuitivos y sensuales de
nuestro psiquismo, que pertenecen a las formas más amplias y ricas de las
personas, las formas que hacen que seamos únicos e irrepetibles, por sobre las
otros aspectos que nos dan el pesado sello de “ser así”.
Función Sí mismo Relacional
|
Estructura Sí mismo Independiente
|
Mimético-sensual Intuitivo Sensual Creativo “Siendo” (proceso) Plástico Espiritual Filogenéticamente relacionado con el
hombre premoderno Ontogenéticamente relacionado con el niño
y el artista |
Racional-causalista Racional Indiferente Productivo “Yo soy” (personalidad) Cristalizado Materialista Filogenéticamente relacionado con el
hombre del productivismo Ontogeneticamente relacionado con el
ideal del yo de la época |
Perls contrasta estas dos formas al decir “la
personalidad es transparente, se la conoce de arriba abajo”… “El sí mismo
(relacional) no es del todo transparente ya que es espontaneidad y creatividad”
Profundizando esta diferencia agrega “La función-sí
mismo es tocar tocando, la estructura-personalidad es tocar cargando
ese tocar con todo el peso de lo que uno ha llegado a ser, con la seguridad que
da el conocimiento, no hay novedad ni asimilación de lo
otro como propio”.[11]
Como se ve las dos formas señaladas son, por un lado un
sí mismo plástico que actúa a la manera de un proceso en perpetuo cambio y
movimiento: la función sí mismo relacional; y por otro lado, un sí mismo, que
perdiendo plasticidad a ido adquiriendo cristalizaciones: la
estructura-personalidad o estructura sí mismo independiente o simplemente personalidad.
“La función-sí
mismo (prosigue Perls) es el proceso figura-fondo en los contactos de
frontera en el campo organismo-entorno”[12] : la función-sí mismo-relacional se da
siendo en cada situación, es el campo de las posibilidades plásticas y creativas
del hombre en la cultura.
El tocar tocando de la función-sí mismo-relacional,
supone que en el mismo momento que toco, toco con todos mis sentidos, a su vez
me dejo tocar por lo tocado. El tocar se convierte en un acto sensual.
Por eso, lo central en la psicoterapia, no es solamente
ampliar el repertorio de conductas, sino también darle a ese repertorio
ampliado una calidad distinta. La calidad que supone el encuentro con las
propiedades y características de la función-sí mismo-relacional.
La apertura a la función sí mismo relacional es por ende
un encuentro con lo sensual, es la vida en lo sensual, donde lo que acontece,
acontece siendo; donde es posible vivenciar la conciliación de lo que se ha
dado en llamar adentro y lo que se ha dado en llamar afuera.
En esta manera del
experimentar, uno mira mirando y a su vez se deja mirar por lo que mira;
escucha escuchando y se deja escuchar por la fuente de sonido; toca tocando y
se deja tocar por lo tocado. Se da una experiencia mimética que trasciende la
racionalidad y la distancia con el mundo, se trasciende la idea de las cosas,
para llegar el contacto.
La búsqueda de la función-sí mismo-relacional, no es
ingenua. La estructura-sí mismo-independiente (personalidad), es un producto
cultural que no tiene más de 400 años y que se ha dado a partir de la represión
y minimización de la función-sí mismo-relacional.
Atrapados en la personalidad adoptamos roles y estos
roles configuran la realidad de cada uno con un modo de ser, un modo de decir,
un modo de sentir y un modo de pensar propios. De esta forma algo que es
fluido, el sí mismo-relacional, se vuelve sólido, configurando identidad. Algo
que es proceso se vuelve estructura.
Estas formas cristalizadas que adopta el sí mismo olvidan
su carácter de rol y se convierten en una forma de ser, configuran identidad: este
soy yo.
El individuo, se etiqueta, se cristaliza, se limita y al
decir de Sartre se derrota. Sujetados
en estos roles somos esclavos de la propia identidad, nos identificamos como
una forma de ser y no vislumbramos ni remotamente que apenas jugamos roles
productivistas, modos de sometimiento social. En tanto sujetos somos un
fenómeno social que padece por creer en la
identidad.
La noción de personalidad es
funcional a la sociedad entendida como un sistema de producción y control.
Perls y Goodman señalan esto al decir: “Es la sociedad de
la división del trabajo, en que los individuos se utilizan deliberadamente unos
a otros como herramientas” [13]
La productividad y el control social necesitan de gente y
de hechos predecibles. De situaciones en donde los hombres no se comporten
súbitamente como si fueran otros hombres. Estamos atados a reglas que están
presentadas como leyes, pero que en última instancia son, como todas, reglas de
juego.
La noción de personalidad ha
venido a ocupar en el mundo moderno la noción de esencia, es inmutable, es
causa primera, es sustancia: surge entonces la creencia de que la persona puede
cambiar con el tiempo pero en esencia es la misma ya que su personalidad es la
misma.
Pero la personalidad es un
adjetivo, es un modo y no un sustantivo es decir una esencia.
La personalidad, entendida como
sustancia crea una identidad, sin advertir que hay muchos modos de ser, y
aunque tímidamente, todos los modos están presentes. Parecen no estar estando.
Por supuesto somos flexibles y
jugamos muchos roles, algunas personas jugamos más roles que otras, pero a la
hora de definirnos decimos ¡este soy yo! Cuando en realidad solo estoy
apareciendo en un jugar roles. No se quien soy y no lo sabré. Mi ser pertenece
a una incógnita inaprensible, donde puedo algo más que permitirme salir del rol
y animarme a jugar todos, avance absolutamente importante pero no suficiente;
puedo también animarme a incorporar la vivencia del otro paradigma de la vida,
el mimético-sensual.
Las formas cotidianas que en nuestra cultura adopta la
estructura-sí mismo-independiente (roles), son a veces pobres, a veces
frustrantes, a veces dolorosas, porque no solamente expresan cristalizaciones,
sino que a su vez están al servicio de un fin político que intenta desechar la
función-sí mismo-relacional; función que si en algún momento de la evolución
filogenética estuvo presente, es porque cumple un cometido necesario para el
hombre, el encuentro con el semejante y la vivencia de que formamos parte de la
naturaleza.
Desde luego si la función-sí mismo-relacional estuvo
presente allá y entonces, ella sin dudas sigue estando, como función reprimida
del sí mismo.
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